Cien años de soledad

Autor: Gabriel García Márquez.

Ese talento de convertir lo invisible en imprescindible.

Importa cuándo leemos un libro, importa cómo y por qué acudimos a él. Ya sabía que Cien años de soledad iba a darme mucho de lo que hablar, como a todo el que se sumerge en el océano de sus desdichas y sinsabores. Tampoco dudé del enorme hallazgo personal que iba a hacer al adentrarme en el mundo de Úrsula y su forma de hacerlo realidad. Son cuestiones que has oído comentar, que incluso has estudiado en algún momento del incoherente y largo sistema educativo al que nos arrastran los días de nuestra vida. Lo que me cogió por sorpresa fue el momento en el que toda yo decidió que era ahora o nunca. Desde las tripas al cerebro, el organismo me gritaba que sí, que estaba preparada, que se acabó la incertidumbre de ser o no ser capaz de enumerar a Jose Arcadios, Aurelianos o Remedios.

El libro está organizado en capítulos de unas veinte páginas cada uno. Al avanzar en su lectura vives dentro de conversaciones que en realidad sólo tú las imaginas, más por la narración que el autor hace de los hechos que por las escasas ocasiones en que los diálogos se dejan ver explícitamente. La historia transcurre en Macondo, un pueblo que conocerás desde su fundación. Un lugar que bien podría estar en cualquier parte del mundo. Y una casa que en mi pensamiento se iba haciendo más y más grande a medida que pasaba de generación en generación.

Los poderes en Macondo se reparten como en un estado corrupto. A golpe de dedo y sin atender a criterios intelectuales o de ingenio personal. Tiene derecho quien antes llega, como cuando corrías para ser el primero de la fila en el cole. O quien mejor pelea…también como en el recreo del cole si no te pillaba la seño. ¿Surrealista? García Márquez nos hace pensar en esa realidad que a veces es increíble y en algunas invenciones que querríamos convertir en certezas.

Realismo mágico lo llaman. No está mal. Valiente el que se atrevió a definirlo. Mi pobre dominio del léxico o mi inmediata impresión al finalizar capítulos y frases me imprimían en el pensamiento un sencillo vocablo: inmejorable.

Inmejorables son los hechos descritos y la imaginación sobrevenida a cada paso. Inmejorables las personalidades tan variopintas de los personajes que, aún poseyendo aspectos comunes los expresan de maneras tan diversas que distingues a uno u otro sin atisbo de duda. Inmejorables los escenarios en los que ocurre toda la trama, que son pocos, y ahí radica su importancia. Inmejorable cómo se pasan los capítulos sin apenas diálogos en un abrir y cerrar de ojos. En fin, que una se queda ensimismada ante tanto talento y se le olvida hasta la forma de alabar esta escritura, que por otro lado, no necesita de mi admiración para sobrevivir ni entre los más bellos estilos prosaicos ni entre los grandes contadores de historias.

Los personajes van apareciendo como en la vida. Cuando uno se va, otro llega a ocupar su lugar, a devolver las ganas de vivir o a dar un motivo por el que continuar luchando.  Y cuanto menos ruido hacen, mejor los recordarás. Es otra vez ese talento de convertir lo invisible en imprescindible.

Hay personajes que aman, que odian, que se reservan para siempre su sentir, que no les cabe la alegría, que desprenden pena, que trasladan obsesiones, tradicionales y adelantados a su época. Una época inconcreta y desconocida que te harán creer que estás situando perfectamente en la historia de la humanidad, y que en ningún momento te comunican. Maravilla que te invita a la reflexión una vez más.

Llegarás al final del libro y sabrás cuán duro es escribir sobre los Buendía sin contarte nada, sin rasgar siquiera la historia que todos merecemos estrenar. Siento la obligación de decir que tienen razón aquellos que me decían que animarse a entrar en Macondo es una decisión que tomarás más de una vez en la vida.  Sin duda descubriré el placer de releer.

Edición Conmemorativa; Real Academia Española; Asociación de Academias de la Lengua Española.

Alfaguara

Fecha de edición: Marzo, 2007

Año de publicación de la obra: 1967

Nº de páginas: 471

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