La historia completa

Autora: Francisca Rubí Ruiz

Una noche a finales de agosto de 2022.

Ambrosia, perdona por no haberte escrito antes. En este tiempo sin ti, nada te has perdido, no penes.

Desde hace dos meses, al despertar, aún sin separar los párpados que me obligan a zambullirme en la balsa de musgo y suciedad que es el día a día, siento tu olor. Ya sé que es el olor del suavizante que compramos desde hace treinta años. Es hora de hacerlo nuestro, ¿no? Respiro hondo, desentumezco las rodillas con un par de flexiones bajo las sábanas y me incorporo despacio hasta sentarme en el borde de la cama. 83 primaveras. Un verano sin ti. No sé si me marea moverme o la idea de vivir sin oír tus regañinas. Saco los calzoncillos del cajón, no he perdido la costumbre de dormir desnudo, y me encamino hacia la ducha. Convertirme en un viejo apestoso queda lejos de mi voluntad, no te preocupes. Nadie dirá que no me enseñaste a ser curioso.

La casa se me cae encima, salgo ya de buena mañana y en ayunas. Normalmente no me cruzo con vecinos en el portal. A las siete de la mañana casi nadie está preparado para nada y menos aún ayer sábado. No sé a dónde vamos a ir a parar. Menos mal que el churrero del pueblo se mudó a la ciudad y el primer bocado del día lo tomo en la barra de su bar: un churro y un café con leche en vaso de caña. Por cierto, ¡qué nuera más hacendosa tiene! No como la nuestra… Sí, me callo.

Sé que no te gusta que me siente a mirar cómo pasa la vida como si fuese un vago más de todos esos jovenzuelos cuarentones que ya ni se casan, ni tienen hijos, ni nada. Sin oficio ni beneficio es normal que no tengan ganas de vivir. En fin… que ocupo un banco de los que rodean la plaza mirando hacia el centro. Es difícil ver nada porque plantaron una terraza acristalada en el medio para acoger a la clientela de la cafetería esa moderna en la que no tienen vasos de caña para el café. El mercado de abastos sí atino a verlo si giro la cabeza hacia la derecha. De allí sale todo quisqui con bolsas de plástico repletas de pescado, supongo. Durante la semana comerán sopa de gallina vieja pero los sábados por la mañana hay que colocarse el disfraz y aparentar una vida regalada. No te voy a contar a cuántas marujas veo porque la lista de asistentes no ha cambiado ni un ápice. Lo único la Juana, que ahora va de luto. Pero sólo los sábados, ya te digo.

El calor está resultando sofocante y, cerca de las once, abandono mi puesto de vigilancia. Las escaleras para entrar a la plaza de abastos son empinadas y, a falta de tu brazo, tengo que cogerme a la barandilla para no tener miedo de caer y hacer el ridículo. En el primer puesto de pescado estaba ayer Arsenio. Iba solo. No me ha dado buena espina… Para mí que había tenido trifulca y dormido en el sofá. Se le veía ojeroso. Compré un calamar y unas almejas, pretendía practicar con la receta de paella que me dejaste escrita antes de irte, pero eso será otro día, congelé todo porque me llamó tu nuera para invitarme a su casa a comer. “¡Algo querrá!”, pensé.

Al volver a casa me crucé con Fidel, el hijo de los del cuarto. Sigue soltero y le dije: “¡haces bien, chaval, que aún eres joven y la vida es muy larga!”. ¿Qué le iba a decir? Es mejor estar a buenas con esta gente, que son impredecibles. Ya me lo decías tú. ¡Cuánta sabiduría, Ambrosia!

Huérfano me he quedado. Más que cuando mis padres callaron para siempre hace cincuenta años y tú empezaste a hablar por ellos.

Ambrosia, te repito, no penes. A pesar de todo, voy a seguir viviendo, ni por un momento me planteo acompañarte en la vida eterna, será lo que Dios quiera, claro, pero me gusta cómo me trata la gente ahora que me piensan desconsolado y casi dependiente ya. No te ofendas. Sigo tus deseos, nada de secretos entre nosotros.

Obviaré siempre que me ponías a parir cuando tomabas café con Lourdes. Lo sé porque salías por la puerta hecha una hidra por cualquier necedad y volvías tan serena como el agua de una laguna. Ya me habías perdonado. No era magia, no soy tan ingenuo, necesitabas desahogarte con tus amigas y a mí me parecía bien. Pedirme un beso después de una discusión resultaba el mejor momento del día. Las palabras son para los dramaturgos. Una mirada compartida se convertía en discurso de perdón o disculpa.

¡Ay!, el susto que me dio el teléfono nada más abrir la puerta de casa. Algún día me provoca un infarto el cacharro este… Tu hijo, que si pasaba ya a recogerme. No me dejan vivir. En ese instante pensé: “menos mal que la otra vive a dos horas de aquí, si no, se me mete en la cocina un día sí y al otro también”. Que me tengo que cambiar, le he dicho. Señor, la perorata que me ha soltado… Que si hay que llamar al albañil para que cambie la bañera por un pie de ducha, que si hay que sustituir la cocina de gas por la de inducción, que si necesito una persona, aunque sea por horas, para ayudarme cada día, que si no tengo camisas planchadas me ponga una camiseta, que si… Y digo yo, ¿a mi edad voy a empezar a usar camisetas? Un hombre viste camisa y pantalón, sólo faltaba. Enseñarme a planchar camisas antes de marcharte fue otro de tus aciertos. Este hijo tuyo cree que su padre es un inútil, habrase visto.

Ambrosia, ya te estoy oyendo, que tu hijo tiene razón, siempre estás de su parte. Ni presente ni ausente dejo de escucharte. En cuanto decida emprender una reforma en el piso, me sorprende la muerte y aquí se queda todo bien arregladito. Que no, que no cambio nada. Ni un plato de su sitio, vaya. Tú organizaste esta casa, y así se queda. Tu esencia permanece en cada rincón, al abrir un armario o al mirarme al espejo desconchado del baño. Te veo y me gusta. Tienes que pasar página, dicen. Repetir una frase tan manida me crispa. Vuestra madre no era ningún capítulo, fue la historia completa, ya no hay más páginas que pasar. Queda contemplar la contracubierta y acariciarla hasta el final. Suspiran y me dan por imposible. Me da igual. No penes, Ambrosia, que no peleamos, nos abrazamos al despedirnos y les digo que sé que la vida sigue, no vayan a pensar que hablo contigo como si estuviera loco o no supiera que ya no existes. Son jóvenes, no saben nada.

Quizá percibo el tiempo diferente desde que no estás, ¿puede que me mueva más lento? El caso es que trato de comer bien, te lo prometo. Alguna carencia debo tener porque siento menos energía, no sé. Bueno, que estaba abotonándome la camisa cuando Andrés llamó al telefonillo, que corriera, que había aparcado el coche en doble fila. Jolines, con la prisa… En fin, atiné a duras penas a coger las llaves y el sombrero, que el sol en la cabeza ya sabes que me da jaqueca. Tiré de la puerta y llamé al ascensor.

¡En qué me vi de subir al coche nuevo! Te quejabas de su coche porque nos sentábamos muy cerca del suelo y después necesitábamos poco menos que una grúa para escapar de aquella trampa. No te quiero contar lo alto que es el de ahora. Si me despisto, me tiene que echar mano Andrés al culo para empujarme hasta el asiento del copiloto. He protestado bastante durante el trayecto, pero las palabras se han ido apagando conforme el paisaje se llenaba de almendros a lado y lado de la carretera. Me he puesto nervioso porque no encontraba la manivela de la ventanilla, me urgía bajarla, Andrés lo ha hecho por mí, no sé cómo, y he asomado la nariz como un perrillo. Otra vez un olor reconfortante, tan nuestro. Los árboles de nuestra juventud, los que vieron cómo temblábamos de amor paseando por estos montes. ¡Qué nudo más tonto se ha instalado en mi garganta! He parpadeado mucho, mucho, mucho, para no caer rendido de emoción ante tantas imágenes agolpadas dentro de mí.

A ver, que yo lo que te quería contar desde el principio era lo que viene ahora, que me enrollo más que un maestro de escuela. ¿Sabes quién estaba esperándome allí en el pueblo? Tu hija, Ambrosia, en carne y hueso. Ya sé lo que estás pensando, relájate que no está mala, aunque sí un poco pálida, verás qué notición. Se separa. Por fin. Esto me lo dijo después de darme un abrazo llorando como una magdalena que yo pensé que íbamos a ser dos viudos en la familia. Al separarnos me miró y me dio la noticia. Disimulé la alegría abriendo mucho los ojos y apretándole los antebrazos que aún le sostenía. Los hijos no quieren darnos disgustos, aunque no saben distinguir los que son de los que no… ¡No sabes lo bien que me sentó la comida!

Los postres ya fueron harina de otro costal. Verás, nosotros fuimos muy previsores comprando un piso en la ciudad para cuando estuviésemos mayores: el hospital más cerca, un piso de dos dormitorios, mejor clima, más servicios… Y la Universidad. Resulta que la niña de Andrés, la mayor, Bea, quiere estudiar Ciencias Ambientales, que yo no sé ni lo que es eso. Y han pensado que mejor alojarla en casa del abuelo, que está muy triste y le alegrará el día a día. Toma ya. ¿Cómo te quedas? Ya, muerta ya estás, perdona, fallo mío. En realidad, lo primero que me vino a la cabeza fue dilucidar quién va a cuidar a quién. Yo a ella por inmadura o ella a mí por todo lo contrario. ¡Juntarnos! Esto no se le ocurre nada más que a tu nuera, te lo digo yo.

Pues nada, aquí lleva la niña veinticuatro horas. Ya te contaré, ya…

Una noche a finales de octubre de 2022.

¡Ay, Ambrosia! Que no he querido dejarte de lado, mujer, no vayas a arrugar el entrecejo que nos conocemos. Cuando empiece a contarte a lo mejor hasta te alegras. ¡Cómo me gusta cuando se te achinaban los ojos al sonreír!

¿Te acuerdas del día que me llevaron al pueblo a comer? Pues ya salimos de allí, de vuelta a la ciudad, con el coche cargado de ropa, libros y no sé cuántas chuminadas que había empaquetado Bea y rotulado como “esencial”. Vamos, que con los viejos hacen los hijos exactamente lo mismo que los padres con los niños. Lo que les da la gana. Todo el trayecto ocupado por la voz de Bea, que no metió la lengua en el paladar ni para beber agua. Resulta que le viene un poco mal la ubicación de casa porque para coger el bus que la lleva a la Universidad deberá caminar 7 minutos según una aplicación de su móvil. Ambrosia, entendí de golpe aquello que me explicabas de la meditación, eso que aprendiste en las clases de yoga para mayores. Una chorrada me parecía, pero lo puse en práctica y conseguí aislarme de lo que me rodeaba y no mostrar al enanito gruñón que a veces se apodera de mí. Eso sí, me perdí la mitad de lo que dijo y habrá consecuencias, lo sé.

La siguiente sorpresa fue mayor, si cabe. En la calle, justo delante del portal, vi a dos hombres esperando que, al vernos, saludaron a Andrés efusivamente. Tu hijo me susurró que fuera simpático que estos señores nos estaban haciendo un gran favor viniendo el sábado por la tarde a ver la casa para presupuestar la obra. Sí, Ambrosia, así como te lo cuento. Y yo a sonreír… ¡y a dar las gracias!

Ahora tengo a una estudiante febril con un gusto musical pésimo en la habitación donde planchabas y cosías. También han instalado una placa de inducción en la cocina y un pie de ducha sin desnivel con el suelo del baño. Esto último es un inventazo, lo reconozco, han colocado las losas con una ligera pendiente hacia el sumidero y no se encharca nada más allá de éstas. Sé que no me hablan a las claras. Eso tiene toda la pinta de estar encaminado a lavar a un hombre en silla de ruedas, pero en fin…

¿Que cómo nos arreglamos con la comida? Siéntate que viene lo mejor. Es una manera de hablar, Ambrosia, no te ofendas. Tu hija, la señora doña Teresa, separada, sin hijos, con casi veinticinco años en cada pata, vive en el sofá cama del salón. Cierra la boca, Ambrosia, que me da no sé qué imaginarte así. El hotel está completo. ¿Cómo lo ves? Los juegos de tazas, los platos reservados para las ocasiones especiales, las botellas de alcohol, la cubertería de la boda… Todo lo ha vendido por internet y ahora el aparador es su armario. Dice que su vida cabe en un mueble, pero las alacenas de la cocina rebosan de semillas, aceites, harinas de mil tipos, especias, infusiones… ¡Qué se yo! En honor a la verdad, huele todo maravillosamente y cocina que es una delicia. Igual es eso lo que me da esta energía que siento últimamente. Esta gente moderna se sabe al dedillo las propiedades de los alimentos y cómo equilibrar la microbiota, yo no sé qué es pero una doctora que ve en Instagram asegura que es esencial para disfrutar de una buena calidad de vida.

Cuando finalizó la remodelación del piso Teresa invitó a su amiga Rosa para tomar un té. Fue muy deprisa porque ya sabes que se acuesta pronto para poder madrugar y hacer el pan con su padre que el hombre ya no está para nada. Bueno, pues eso, que es muy trabajadora y yo las miraba y aún veía a dos chiquillas comiéndose un bocadillo de mortadela en las escaleras del descansillo, jugando al tres en raya en una losa del suelo con migas de pan. Embelesado con esa imagen andaba cuando de pronto las veo acercarse mucho la una a la otra y se dan un beso, en la boca, Ambrosia, en la boca. Definitivamente, tengo el corazón a prueba de bombas. Enmudecí, ¿qué otra cosa podía hacer?

A la hora de cenar, estábamos los tres sentados alrededor de la mesa redonda de la cocina. Se oían las cucharas contra el plato de crema de champiñones, rompiendo un silencio que nadie había impuesto pero que se había instalado de manera artificial, era raro… Sin embargo, Teresa nunca fue de esconder nada y estaba claro que iba a explicar lo que había pasado en el salón a la menor ocasión. “Soy demisexual, papá”. Tres palabras. Entendí sólo dos. La conversación fue larga, como podrás vaticinar. En resumen, que la niña siente atracción por una persona por lo que conoce de ella, no por el físico. Pero que no tiene una relación con Rosa, sólo se atraen y lo pasan bien juntas. La verdad es que ella me lo explicó con mucho interés y muchos más ejemplos y con lo lista que es no sé cómo no supo leer en mis ojos lo que yo realmente necesitaba saber. “¿Eres feliz, Teresa?” Se echó a llorar, su sobrina la abrazó y yo me levanté, rodeé la mesa, les di un beso en la cabeza a cada una y me fui a acostar, que el día es muy largo.

Ambrosia, te voy a escribir unas líneas muy tristes, pero siento la obligación de confesarlo. Desde hace más o menos un mes me despierto y sonrío. Cada mañana Bea abre la puerta de mi habitación con cuidado y me trae un vaso de agua con la pastilla de la tensión antes de irse a clase. Después escucho a Teresa en la ducha, ya sabes que lo necesita para empezar el día. Un ratito después salimos los dos juntos de casa, me invita a desayunar en la cafetería del centro de la plaza, la que puso la cristalera y que no tienen vasos de caña… Resulta que tienen aire acondicionado y que las tazas son muy cómodas de agarrar para no quemarse los dedos con el café caliente. El pan de las tostadas es de semillas, pero todo no podía ser perfecto. La gente se ve mejor desde allí. Luego ella sigue su camino a la panadería de Rosa, no sé qué proyecto tienen para vender los productos por internet a otros lugares. Me encanta saber que la ilusión por emprender le anima la vida.

Ambrosia, los años que compartimos fueron los mejores de mi existencia. Cuando te fuiste sólo quería que pasara el tiempo sin doler demasiado. Creí que contigo se había ido también mi propia historia. Aunque debemos afrontar lo más difícil, reconocer que la historia que se acabó fue la tuya. Yo seré quien mejor la recuerde y quien mejor se la haga recordar a cuantos me rodean. Seguiré hablando contigo, compartiendo mis decisiones con la persona que fuiste, imaginando qué me dirías o qué harías. Y así como siempre traté de protegerte y de hacerte feliz, ahora trataré de cuidarme y de ser feliz. Porque tú lo querrías, porque yo lo quiero, y porque lo merecen las dos mujeres con las que comparto este nuevo capítulo de mi historia.

© Todos los derechos reservados.

Nota: Si has llegado hasta aquí he de decirte que es lo primero que me atrevo a subir a mi blog procedente de mi imaginación. Agradezco cualquier comentario positivo o negativo que me ayude a crecer. En cualquier caso, mil gracias por estos minutos de tu tiempo.

 

8 comentarios

  1. Precioso relato, no puede ser más entrañable, me ha encantado, mi enhorabuena 👏👏👏🥰❤️

    1. Muchas gracias por tu tiempo y tus palabras.

  2. Un relato lleno de ternura. 😊 ¡Enhorabuena!

    1. Muchas gracias. Necesitamos lecturas que nos calienten el corazón, espero haber aportado algo en ese sentido. Un abrazo.

  3. Real como la vida misma; sincero y sin edulcorantes. Ha sido un placer leerlo.

    1. Muchas gracias por asomarte a mi casa, mi blog. Un placer recibirte.

  4. Ha sido una muy tierna y grata sorpresa leer este relato. Auténtico y cercano. Mi enhorabuena!

    1. Muchas gracias, Pedro, por dejarme tu opinión y sobre todo por sacar un ratito de tu tiempo para leerlo. ¡Nos vemos!

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